Hace 8 meses que me despedí de ti, sin saber lo que el
destino tenía preparado para mí. Aunque mis motivos para distanciarme fueron y
siguen siendo muy personales, aún llevo en mi piel la sensación de ese último
abrazo con mis padres y en mi memoria cada una de sus bendiciones, que justo ese
día me sonaron distinto. Era como si en el fondo ellos sabían que no me verían
por un buen tiempo.
Finalizaban las vacaciones de la Semana Santa y no conforme con la
larga espera para conseguir boleto aéreo y el engorroso proceso para la
aprobación de las divisas con las que costearía los gastos de mi viaje,
recuerdo que pasamos no menos de cuatro (4) horas en una larga cola de Caracas al Aeropuerto de Maiquetía,
mientras el sol y el calor nos sofocaban dentro del vehículo, con las ventanas
casi cerradas para evitar ser alcanzados por el hampa común que merodea la zona.
Durante ese lapso, vi a muchos vehículos adelantarse por el
hombrillo o la zanja central, lo que transformaba la fila en un embudo cada vez
que se cruzaban los canales de circulación, ante la indiferencia de las pocas
autoridades de la policía de tránsito.
Cada incidente provocaba la ira de los conductores, quienes
reaccionaban gritando improperios u ofreciéndose golpes unos a otros, de una
manera irracional como si se tratara de una carrera en la que sobrevive el más
violento o el menos tonto. En medio de aquel desorden regido por la intolerancia,
la apatía y la anarquía, entendí que no te dejaba, sino que simplemente te
había perdido.
Sí... te perdí en el momento en el que decidí no ser como el
resto, expresar abiertamente mis
opiniones y dirigirme a los demás con respeto. Te perdí cuando quienes te
conducen por un camino sin rumbo osaron llamarme apátrida y sin explicaciones
me dejaron a la deriva. Te perdí cuando quise ir a trabajar y a orar por ti y
me asaltaron en cada intento, despojándome de preciados objetos y amenazando mi
vida. Te perdí cuando en vez de sentirme orgullosa de decir que provenía de ti,
sentía temor. Te perdí cuando mis ganas de regresar a verte, se convirtieron en
tristezas. Te perdí cuando en vez de verme protegida en tu seno, me vi
indefensa. Te perdí cuando el sentido vivir contigo pasó a ser sinónimo de
escasez, inseguridad y desigualdad.
Te miro desde este frío y gris rincón en el que ahora habito,
tratando de explicarme qué te pasó y yo sólo supongo que te gusta jugar a ser
masoquista, que cambiaste tus bellas melodías por la música y los bailes vulgares,
tus imponentes tepúyes por montañas de basura, tus mares cristalinos por pozos
estancados de corrupción, tu mirada amable por malas palabras, tu deliciosa
gastronomía por anaqueles vacíos, tu bondad por indolencia, tu voluntad por desánimo,
tu sabiduría por ineptitud, tu cordura por precios y situaciones insólitas y tus
riquezas por promesas que jamás te cumplirán.
Aquí todo me es diferente, quizás por el atraso en el que me
hiciste vivir todo este tiempo, pero a pesar de los repentinos cambios de clima
y las peripecias con el idioma, esta experiencia concuerda más con mi visión de
vida y mis valores morales y espirituales.
Hoy, tristemente puedo decirte que no te extraño y sé que tú
tampoco me extrañas a mí, pues sigues dejándote maltratar, abusar y manipular
por quienes nos apartaron. No puedo extrañarte cuando en los últimos 15 años, la
gente con la que hoy te rodeas te dibujó una imagen distorsionada de mí y tú
preferiste creerles y darme la espalda. Sé de muchos que te abandonan por la
misma razón; gente trabajadora, talentosa y buena que ya no pueden soportar tu actitud ligera e indiferente. Yo sólo deseo que reflexiones y cambies...
Es por ello que aún en las noches rezo por ti, esperando que
algún día retornes al rumbo de la esperanza, al fin de cuentas, es la última
que se pierde. Martín Luther King decía que "sólo en la oscuridad se pueden ver las
estrellas", por eso espero que todo este trance
te sirva para apartar de ti la maldad y la mediocridad que hoy te impiden
avanzar para que puedas finalmente comenzar a sanar y marchar hacia un mejor
futuro.
Es extraño no extrañarte, lo es aún más decírtelo... pero a
pesar de los malos momentos, te sigo queriendo, Venezuela. ¡Feliz Año 2015!