Constantemente me sucede que me trazo una meta y para
alcanzarla debo superar muchos obstáculos y ahí aparecen, como de la nada, personas
que comparten conmigo sus experiencias en situaciones similares. Algunos
afortunados, me ofrecen sus recomendaciones para enfrentar las posibles
circunstancias, con métodos que afirman haberles funcionado; pero sé que al
igual que a muchos, cuando llega el momento de intentarlo yo, el método ya no
resulta tan efectivo.
También se presentan otros del tipo analítico, que son
capaces de darle la vuelta a todo y saturarme con pensamientos y palabras que
parecen provenir de un pozo profundo que me invita a sumergirme en él. Pero es en esos momentos, entre la acción y la reflexión, en
los que sólo me encuentro yo frente al desafío, cuando he aprendido a entender
lo importante que es el agradecimiento en nuestras vidas. Si bien, el poder de
la mente cumple un papel fundamental para lograr un objetivo, es ese incesante
vaivén entre lo positivo y lo negativo, lo que nos permite equilibrar nuestra
fuerza interior con la energía que irradia el mundo exterior para que todo
comience a fluir.
A veces ignoramos cuán fuerte somos y lo que somos capaces de
hacer. Desechamos nuestras habilidades y preferimos tomar el camino más simple,
sin darnos cuenta de que aún las cosas más sencillas tienen su grado de complejidad.
Es precisamente en el proceso de descubrirnos y afrontar cada escenario de la
vida, cuando alcanzamos la madurez necesaria para agradecer cada aprendizaje
adquirido en ese transitar.
Situaciones como una ruptura afectiva, un divorcio, una
mudanza, la muerte de un ser querido, una enfermedad, un viaje, la venta de un
bien, perder un empleo, pueden tener diversas implicaciones y en cada una de
ellas, la principal recomendación, es comenzar por aceptar que todo sucede por
alguna razón y para nuestro bienestar.
Una vez que aceptamos las circunstancias y nos hacemos
responsables de sus posibles consecuencias, estamos en la capacidad de derribar
cada obstáculo que pueda presentarse para salir adelante y de allí surge,
consciente y voluntariamente, ese agradecimiento infinito que se arraiga en
nuestra espiritualidad y fluye alrededor de nuestro ser para balancear nuestras
vidas y otorgarnos optimismo, experiencia, conocimiento, libertad, plenitud,
tranquilidad, confianza y amor.
El filósofo taoísta Lao-Tsé lo resumía en la frase “El
agradecimiento es la memoria del corazón”; por ende, el agradecer se convierte
en un acto de desapego y desprendimiento, que no escatima en dar, pero tampoco
hace alarde del bien recibido.
Un ejercicio básico para iniciar la práctica del
agradecimiento, parte por ofrecerle al universo una oración que demuestre
nuestra satisfacción por despertar cada mañana y al final de la jornada dialogar
internamente sobre las experiencias que nos deja el día que culmina, en
palabras, personas o acciones.
Todo es como tiene que ser y la vida nos regala la
posibilidad de brillar en cada momento oscuro, de sacar fuerzas en la
adversidad, de cumplir cada propósito y de hallar una oportunidad en la
dificultad.