Como seres racionales y
materiales, a veces basamos nuestra felicidad en cuánto podamos tener,
dejándonos guiar por las variables que la sociedad nos ha impuesto para
alcanzar una vida estable.
De esta manera, continuamente
apostamos a lo “seguro”, estableciendo relaciones de pareja, obteniendo un
puesto de trabajo, incrementando el dinero, construyendo buenas relaciones
sociales, pero ¿Qué sucede cuando ese piso se agrieta?. Tal vez muchos optamos
por llorar, quejarnos, culparnos, acomplejarnos, sentirnos incapaces, llenarnos
de pensamientos negativos, endurecernos, y es entonces cuando realmente caemos
en desgracia, pues apartamos el amor de nuestras propias vidas.
Hace poco asistí a una conferencia
en la que decían que ante las situaciones difíciles, la primera alternativa del ser humano es dejar de creer, y como consecuencia de la incredulidad, se endurece
su corazón. Sin embargo, soy de las que piensa que aún en el corazón más duro,
existe una esencia que ninguna circunstancia puede cambiar, un brillo que persiste ante la adversidad.
Ésta teoría pude comprobarla en
un reciente viaje a Italia, donde tuve la oportunidad de recorrer el antiguo
Foro Romano, un espacio donde cada estructura en ruinas refleja la admiración
de los antiguos pobladores de Roma por sus dioses, sus creencias, su cultura y
por sí mismos. De allí que las grandes construcciones de la arquitectura
romana, hayan sido inspiradas en la exaltación de lo sagrado, el disfrute del
placer y la conexión con el ser amado.
Roma, deletreada al revés
significa “amor” y pese a las grandes transformaciones que ha experimentado la
ciudad, las ruinas siguen siendo su principal atractivo, como un testimonio
fiel de ese proceso de evolución en la historia y como prueba de que cuando
somos movidos por el amor, los seres humanos encontramos la mejor motivación
para realizar las obras más hermosas.
La película “Come, reza, ama”
inspirada en el libro homónimo de Elizabeth Gilbert, incluye una frase
motivadora que definitivamente cambió mi vida… “Las ruinas son el camino hacia
la transformación” y aunque en el proceso quizás debamos perder, cuestionarnos,
incomodarnos o entristecernos, cada experiencia difícil que nos toque afrontar,
será un aporte a nuestras vidas, una enseñanza que nos permitirá descubrir algo
nuevo sobre nosotros mismos, probar nuestras capacidades y retarnos a ser cada
vez mejores personas.
Las ruinas son sólo huellas de
nuestro pasado en ese camino infinito de oportunidades, pero es el amor a
nosotros mismos, a lo que hacemos y a quienes amamos, la fuerza que impulsará
siempre nuestra esencia para hacernos avanzar y ganar nuevas batallas en el
terreno de la vida. Ámate, cultívate, ábrete a los cambios, vive y sé feliz.
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